Pequeño extracto del libro "La educación y el significado de la vida" (1950)
Por Jiddu Krishnamurti
Krishnamurti: Tenemos el problema total del patriotismo. ¿Cuándo nos sentimos patriotas? No es evidentemente una emoción de todos los días. Pero se nos estimula cuidadosamente a ser patriotas por medio de los libros de texto, de los periódicos y de otros canales de propaganda, que estimulan el egoísmo racial mediante el elogio de los héroes nacionales y diciéndonos que nuestro país y nuestro modo de vida son mejores que los otros. Este espíritu patriótico nutre nuestra vanidad desde la infancia hasta la vejez.
La aseveración, constantemente repetida, de que pertenecemos a un determinado grupo político o religioso, de que somos de esta nación o de aquella, halaga nuestro pequeño yo, lo infla como la vela de una embarcación, hasta que nos sentimos dispuestos a matar o a morir por nuestro país, nuestra raza, o nuestra ideología. Es todo tan estúpido y antinatural. Indudablemente los seres humanos son más importantes que los linderos nacionales o ideológicos.
El espíritu separatista del nacionalismo se está extendiendo como el fuego por todo el mundo. Se cultiva el patriotismo y se explota hábilmente por los que buscan más expansión, más amplio poder, más grandes riquezas; y cada uno de nosotros participa en este proceso porque también deseamos estas cosas. La conquista de otras tierras y otros pueblos provee nuevos mercados para el comercio, como también para las ideologías políticas y religiosas.
Uno debe ver todas estas expresiones de violencia y antagonismo con mente libre de prejuicios; es decir, con mente que no se identifica con ningún país, ninguna raza o ideología, sino que procura hallarla verdad. Hay gran gozo en ver una cosa con claridad, sin la influencia de las ideas o instrucciones de otros, ya sea del gobierno, de los especialistas o de los grandes intelectuales. Una vez que veamos realmente que el patriotismo es un obstáculo para la felicidad humana, no tenemos que luchar contra esta falsa emoción en nuestro ser; nos habrá abandonado para siempre.
El nacionalismo, el espíritu patriótico, la conciencia de clase y raza, son todas expresiones del yo, y por lo tanto separativas. Después de todo, ¿qué es una nación sino un grupo de individuos que viven juntos por razones económicas y de propia protección? Del miedo y de la adquisitiva defensa propia nace la idea de “mi país”, son sus fronteras y barreras tarifárias que hacen imposible la hermandad y la unidad del hombre.
El deseo de ganancia y de posesión, el anhelo de identificación con algo superior a nosotros, crea el espíritu de nacionalismo, y el nacionalismo engendra la guerra. En todos los países, el gobierno, estimulado por la religión organizada, sostiene el nacionalismo y el espíritu separatista. El nacionalismo es una enfermedad, y no podrá jamás realizar la unidad mundial. No podemos alcanzar la salud mediante una enfermedad, tenemos primero que libertarnos de la enfermedad.
Es porque somos nacionalistas y estamos listos para defender nuestros Estados soberanos, nuestras creencias y nuestras posesiones, que tenemos que estar perpetuamente armados. La propiedad y las ideas han llegado a ser para nosotros más importantes que la vida humana; así pues, hay constante antagonismo y violencia entre nosotros y el resto de la humanidad. Al mantener la soberanía de nuestro país, destruimos a nuestros hijos; al rendir culto al Estado, que es sólo una proyección de nosotros mismos, sacrificamos a nuestros hijos por nuestra propia satisfacción. El nacionalismo y los gobiernos soberanos son las causas y los instrumentos de la guerra.